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Vista desde la ermita
Lejos del mundanal ruido y ante esta vista soberbia, Enrique encontraba la paz y el sosiego para escribir y descansar. Esta pequeña ermita era, sin duda, uno de sus lugares preferidos y hasta ella acudía casi todos los años. Fue aquí también donde tuvo su “revelación”, donde sintió el dardo ardiente de Santa Teresa, y el lugar en el que estuvo hasta el 2 de enero de 1896.
“¡Todo invita a orar en este santo retiro! Los pajarillos con sus cantos, sobre el triste aullar de la tortolilla; las fuentes con sus claras corrientes, las selvas con su acompasado sonido que levantan las brisas del mar al mover calladamente sus hojas; la vista del mar tranquilo, que se extiende a mis pies cual plateada alfombra; la pureza del cielo, rara vez enturbiado por la tempestuosa nube…. ¡Todo eleva sin esfuerzo el alma…!
Si supiésemos orar como conviene, con cuánto celo promoveríamos los intereses de Jesús de Teresa ¡Enséñanos a orar, Tú, Jesús, que enseñaste a los apóstoles! (Enrique de Ossó: Dedicatoria del Cuarto de Hora de Oración).
Monasterio de los Carmelitas
Enrique solía visitar a sus tíos Rafaela y Justo en Benicasim, que era entonces un pequeño pueblo de pescadores. Desde allí subía en una tartana de caballos hasta el monasterio de los Carmelitas, donde se hospedaba, a poca distancia de la ermita de Santa Teresa. En la biblioteca del monasterio encontró Enrique el tesoro de los escritos teresianos que enriquecerán para siempre su vida y su obra apostólica. En el monasterio una inscripción recuerda la especial vinculación de Enrique con este lugar.
“Siendo estudiante, casi todos los años iba a pasar las vacaciones al Desierto, donde a veces estaba más de un mes, y hasta dos meses. Cantaba en el coro con los monjes, me holgaba mucho con las conversaciones espirituales de los Padres Manuel y José Marco… Comía en el refectorio con ellos y de su misma comida, iba al recreo después de comer y a paseo por las tardes con los frailes…” (Enrique de Ossó: Cfr. Apuntes de las misericordias del Señor)
Transverberación de Santa Teresa
Ante una imagen de Santa Teresa semejante a ésta, algo sucedió en el verano de 1872. Su yo más profundo entró en comunión con la Santa abulense y la experiencia teresiana tomó cuerpo. Se había forjado para siempre un vínculo indestructible entre la Santa y Enrique. Desde este momento, todas sus obras y escritos llevarán el sello teresiano.
“La vista de ermitas, en especial la de Santa Teresa, que es tan hermosa por su transverberación, me encantaba, enamoraba y extasiaba. ¡Cuántas veces la hubiera robado! Los frailes me dejaban la llave, y yo me iba solo, y me estaba lo más que podía. A vista de tan encantadora imagen repetía palabras del Cantar de los Cantares: Cuán hermosa eres, amada mía, cuán hermosa eres…. Y hacía versos que me ponían mucha devoción” (EO III: Apuntes de las misericordias del Señor)
Tras su experiencia en la ermita, Enrique recoge esta oración a Teresa de Jesús en la Revista Teresiana de noviembre de 1872: “Confieso que sin la gracia de Dios nada podemos, pero también reconozco que con ella lo podemos todo, y que no sería imposible escribir y obrar como tú lo hiciste, si el Señor nos favoreciese con el espíritu que guió tu pluma y te ayudó en tus obras, Alcánzanos, pues, de tu esposo Jesús, una parte, si no el todo de tu espíritu, para llenar el deseo de Cristo, que vino al mundo para inflamar las almas, y no ansía otra cosa, sino que todas ardan en este fuego divino” (Enrique de Ossó: Revista Teresiana).
Imagen de Santa Teresa doctora
Esta imagen que se encuentra actualmente en la ermita, refleja el diseño de la Santa que Enrique pedía para sus obras apostólicas como doctora de la Iglesia.
«Cuántas veces me he preguntado: ¿Qué es lo que pasa en mi interior? ¿Qué es lo que observo en mi corazón? ¿De dónde me ha nacido esa fuerza irresistible, nunca sentida, que vehemente me impulsa a conocer y seguir el camino de la virtud, arrimado a la fuerte columna de la oración? ¿De dónde proviene que me sienta tan vivamente impelido a profesar más cariño a todo lo que es bello y grande en nuestra patria, y sea verdadera joya religiosa nacional? ¿Qué es esto? ¿De dónde dimana? Y después de alguna meditación, me respondo: Todo es obra de la Virgen avilesa »
(Enrique de Ossó: Revista Teresiana, noviembre 1875)
Ermita de Santa Teresa
La última vez que Enrique estuvo en la ermita fue escasas semanas antes de morir, el 30 de diciembre de 1895. Era un momento muy difícil para él. Cuestionado por la Iglesia por el pleito del colegio de Tortosa y apartado de la Compañía que él había fundado, más que nunca necesitaba su ermita y la oración. Su refugio. Pero el Desierto de las Palmas estaba muy concurrido esos días. El prior le dijo: “Si quieres paz, vete a Sancti Spiritu”, y le acompañó personalmente.